Por Felipe Pérez Zuñiga


SIEMPRE HE IMAGINADO a los apóstoles con una expresión de preocupación. Creo que es por la permanente indaga­ción fi­losófica y poética en que se hallaban inmersos, pues su maestro era un pe­dagogo ideal que con cada acto re­volvía las categorías de cualquiera. No tenía quiebre. Correspondía tal pre­ocupa­ción a la de cuestionarse a sí mismo y trascender cada día con sus ideas. A todos los he pensado así, ex­cepto a Judas: el siempre llevaba una sonrisa extendida en su rostro, pues ya no tenía nada más en que pensar. No tenía el temor de Dios o en otras pala­bras, carecía de angustia platónica. Él solo maquinaba.
Como todo presidente que se elije, al pasar 4 años se deteriora y le salen canas, así mismo la figura de Judas debió lucir patética, en cambio la de los demás, sacando un poco a Pedro, lucían con tranquilidad, pues su con­ciencia debió estar equilibrada. Un cuadro con movimiento me ayudó a solucionar mi imagen mental. Era un jueves santo, en una iglesia y presen­ciaba el lavatorio de los pies; todos los actores que representaban a los após­toles estaban dichosos de participar en la obra de la iglesia, excepto aquel parroquiano al que por mala suerte o acuerdo propio le habría tocado hacer de Judas Iscariote. Se le veía un ciuda­dano triste. ¿Qué humanidad tan im­pura podría condenar a tan gentil alma? En aquel momento empezaron a rondarme una serie de cuestiona­mientos.
La imagen de Judas, donde sea, quedará impregnada como simbología de los sentimientos premeditados más asquerosos del ser humano. Es un bastardo para la misma historia, siendo que un socio natural más efec­tivo no se consigue a la vuelta de esta cultura. ¿Quién es tan valiente hoy día? Nadie vendería a su mejor amigo por tan poco. Jesús lo advirtió al cono­cerlo, el Señor, con toda su sabiduría, divina y humana, escaneó su persona­lidad cuando le contó que era hijo de un Escribano. Es como decir en nues­tro tiempo, «soy hijo de un ministro y vine para ayudarle a ser bueno». Y empieza a sudar frío el excelentísimo maestro cuando aquellas palabras pronunciaban el nuevo elemento de la sociedad educativa. Se dijo «tú me trai­cionarás» adivinando su suerte. Si estuviera en nuestro tiempo, le hubiera dicho «traes micrófonos», «eres del DAS», «te han enviado a por mí».
Judas, por excelencia y contexto cultural, era andariego y tenía alma de comerciante. Algo parecido a un tipo melifluo, reservado en sus secretos, de esos que no respetan las distancias sociales, ni los acuerdos lingüísticos; coloquialmente un culebrero. Pero además, pienso yo que el maestro sudó frío, porque nadie podría hacer nada ante la voluntad de sus padres, ni los de Judas, ni el de Cristo.
Obviamente lo quería desterrar de su concatenación, pero Jesús era un humanista, comprensivo, observador y servil. Este pisco debe ser mandado por mi padre, él permitirá que la humanidad se renueve y estas genera­ciones tan podridas aprendan qué es el perdón.  Ni en la biblia ni en nin­guna película bíblica he visto que Jesús haya perdonado a Judas públicamente. ¿Será que lo perdonó antes de cono­cerlo? ¿Será que en la cruz? ¡Que algún experto me indique qué sucedió! Él ya conocía la importancia del beso en el mundo cultural del Jordán. Sabía que un beso inmortalizaría su acto repu­diable. Bajar la cabeza y aceptar la traición afianzaría su carrera de salva­ción. Lo pensó y fue un plan admira­ble.
Así quedó escrito. La conciencia de Judas arruinó su misma vida, la acabó y sobretodo la hizo inmunda. Hasta existen mitos de que se volvió un demonio y que su alma quedó excluida de los límites del cielo y el infierno. Digo que Hasta debió confundir al demonio cuando murió su compañero Tadeo, entregándolo a los infiernos. Deben haber carteles que dicen si ven a este hombre, no lo dejen entrar, denúncielo con la policía celestial, llame a San Miguel.
Pero me he venido familiarizando con una hipótesis que se ha negado como fin pedagógico. Hoy día todo fin pedagógico consiste en negar; así la iglesia, la historia , la literatura y el estado se la pasan negando para edu­car. Bastándome de negaciones me adentro en la tesis:
Judas Iscariote goza de uno de los puestos más prestigiosos en el cielo, está a la derecha de Dios padre todo poderoso, claro está, el desgraciado debió haber pasado una buena tempo­rada en el infierno junto a Rimbaud.  Judas Iscariote y San Judas Tadeo pelean por una marca registrada ante los hombres y me atrevo a decir que el segundo hace campaña de despresti­gio. Si no hubiese sido por la obra de Judas, muchos designios y valores cristianos estarían por fuera del top 10. Judas es un maestro shakesperiano del anti-héroe. ¿Qué sería de Hamlet sin Hamlet o de las historia fantásticas sin sus villanos. Quién contra Hércules?
No quiero decir que Jesús sea un héroe más, sin embargo, cumple con todas las etapas estructurales del héroe. En eso se ha la ha pasado Jesús en cuanto al aspecto literario, pasando de mano en mano, de escribano en escribano, de interpretación en sobre-interpretación. Tiene una dualidad pervertida por los hombres, pero él supera toda crítica con audacia: «soy quien soy, alfa y omega, principio y fin, así que tráguense el polvo todos y no me nombren, háganme.» No dice soy bueno ni malo, héroe o anti-héroe. ¿Qué culpa tiene él de que la moral sea como la crítica literaria de la sociedad?
Pero sigamos con la notación ju­daica. ¿Alguna vez han notado la estre­cha relación entre la palabra judas y judío? es lo mismo que tradición y traición. La forma como los personajes son contados es lo que crea en gran la cognición social y nuestros prejuicios sociales. Así Judas ha sido contado y asimilado por creyentes y no creyentes. Pero acá no se trata de Judas, se trata de un cúmulo de sentimientos y de roles, los roles de los actores, de los seres humanos, del rol de la igualdad y del acto de errar.
Judas antes que nada era anda­riego y a todo andariego se le considera errante. Judas es pirata, gitano, judío o todo lo que sea marginado por la ley. Aquellos son los anti-héroes por excelencia.  Solo pregunto ¿cómo han so­brevivido estas figuras en la oralidad y la escritura? ¡Eureka! Todo se debe a que cumplen una función importantí­sima en la poética y en la experiencia literaria, sobreviven como acto necesa­rio para las culturas. En toda cultura narrada hay un traidor que exalta al héroe. Preguntémonos porque Baude­laire nombra el mal para exaltar el bien. Aquella dualidad entre el bien y el mal hallan su punto para el equili­brio natural. Y ahora digo ¿en realidad son malos los malos o tenemos que cambiar dicha palabra por necesario? Así pensaba Leibniz quien veía el mal como una entidad necesaria.
Judas: una metáfora que advierte a los hombres la importancia del perdón, el error de trabajar mancomu­nadamente para traicionar a alguien y hacer historia. Judas es el patrón de las consecuencias que traen los actos. Es un personaje sacado de la tradición literaria Rusa, de un análisis de Propp y del desplazamiento o ausencia de un algo a lo que le faltaba Judas; de un cuento Grimmeano, de una leyenda altamente moralizante. Es el arquetipo del ahorcado pecador para espantar a niños y políticos y así evitar la traición a su patria, a sus padres y maestros. De lo contrario sería deshonrado como el suicidio y solo los buitres acudirían a verlo. Él está puesto en la biblia como modelo a no seguir. Es definitivamente un modelo.
Pero alguna vez se han pregun­tado ¿Qué ha pasado con su alma? ¿Será que tiene un buen premio por haber cumplido su trabajo? ¿Quién lo reclama, los cielos o los infiernos? ¿Por qué no tiene monumento en ciudad alguna que indique aquí se ahorcó judas así como aquí pensó Schopen­hauer? ¿Por qué no se le ha denomi­nado San Judas Iscariote, el  que hizo historia por permitir la salvación de los humanos, también patrón de los políticos?
Esa confusión mítica acerca de este desdichado solo puede hacer pensar que como Hitler y Elvis, Judas no ha muerto, sigue haciendo de las suyas entre nosotros. Pero algo está claro: él es la muestra fehaciente de que la trai­ción y el desengaño nunca quedan ocultos, que los humanos siempre sabrán interpretar sus acciones por medio de momentos literarios y que los campanazos como un simple beso anuncian las injusticas de la tierra. Más allá de los actos oscuros se resalta la verdad y la corrección. La horca y los buitres aparecen en la literatura uni­versal como símbolos de la conciencia culpable así como en los textos históri­cos. En otras palabras, relatos como éste, pasan de la literatura al mundo de la vida y viceversa y son la construc­ción más perfecta de ese miedo innato que hoy llamamos ética.

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